Valor cósmico
Por Álvaro Colomer
Estamos en el año 2035, en Isla Meteca, donde se alzan dos ciudades: la desolada Sierpe y la geométrica Ciudad Nueva, donde viven docenas de personajes, a cual más estrafalario, con sus pequeñas miserias y sus extrañísimos comportamientos. Pero además hay un monstruo, uno que se oculta en el bosque y que tiene que ser devuelto al lugar de donde salió. Todo esto aderezado con vampiros, enanos, monjes, corregidores, etc.
Cuando uno coge por primera vez este libro piensa: “comedia futurista con tintes fantásticos… ¡buf! Homenaje a las “novelas de a duro” de la década de 1970… ¡buf, buf! E intervención estelar de Curtis Garland… ¡buf, buf, buf!. En resumen, pocas ganas de leerla. Y, sin embargo, cuando se sobrepasa la segunda página y se tiene constancia del despliegue estilístico realizado por el autor, uno no puede más que quitarse los prejuicios de encima y decir: “¡Olé!”. Porque la mezcla de un castellano arcaico con una trama distópica no sólo funciona bien, sino que acaba pareciendo el único camino narrativo posible. Juan-Cantavella se la juega a una única carta, la del “futurismo vintage”, y el resultado es un artefacto literario tan original que sobresale por encima de casi todas las novelas de corte conservador que, a día de hoy, inundan las librerías.
Es evidente que un argumento como éste, con decenas de personajes y de subtramas que cruzadas, nada a contracorrriente de la tendencia general, y que la mezcla excesiva de géneros (ciencia-ficción), western, terror, etc.) no es precisamente lo que busca el gran público. Y, aún así, a cada página se reafirma la valentía del autor a la hora de escribir con la mayor de las libertades. De modo que no es erróneo decir que hay pocos escritores tan audaces como Juan-Cantavella.
Por último, destacar que el autor es amigo de los guiños literarios y descubrirlos resulta harto entretenido: Óscar Gual, Trebor Escargot; Curtis Garland…
Es evidente que un argumento como éste, con decenas de personajes y de subtramas que cruzadas, nada a contracorrriente de la tendencia general, y que la mezcla excesiva de géneros (ciencia-ficción), western, terror, etc.) no es precisamente lo que busca el gran público. Y, aún así, a cada página se reafirma la valentía del autor a la hora de escribir con la mayor de las libertades. De modo que no es erróneo decir que hay pocos escritores tan audaces como Juan-Cantavella.
Por último, destacar que el autor es amigo de los guiños literarios y descubrirlos resulta harto entretenido: Óscar Gual, Trebor Escargot; Curtis Garland…