31/10/11

en El Cultural (El Mundo)

28/10/2011  |  por  Santos SANZ VILLANUEVA



Sobre Asesino cósmico

por Santos SANZ VILLANUEVA

Tras un puñado de citas, lo primero que encontramos en el nuevo libro de Robert Juan-Cantavella (Almassora, 1976) son casi dos páginas con un largo censo de personajes, bastantes con nombres llamativos o estrafalarios, que invitan a conocer “las asombrosas aventuras del Asesino Cósmico”. Recuerda la lista de “dramatis personae” que suele ponerse al frente de una pieza teatral, pero su verdadero vínculo se establece con el desfile de los miembros de una compañía circense al comenzar la función. Hacia este último sentido remite la alborotada historia de fanta ficción que Asesino Cósmico contiene un tanto a la manera de puzle. Muchas y extravagantes peripecias se encadenan a lo largo de los dos centenares y medio de páginas de una “novelita fantástica” con la cual el autor, según aclara en nota final, espera habernos hecho pasar un buen rato.

Situaciones grotescas, personajes valleinclanescos, seres del imaginario popular (un maligno extraterrestre mutante, un dragón terrible), gente común, un bosque tenebroso, juego, invención libérrima, vodevil, melodrama, parodia literaria... todo ello y más se va acumulando en un relato que gira alrededor de un pretexto argumental: en el año 2035 alguien recapitula los apocalípticos sucesos que destruyeron en 1994 Sierpe, la capital de un país llamado Isla Meteca, y motivaron la fundación de Ciudad Nueva.

Dirige la imaginaria función un narrador cuya identidad se desvela en las últimas páginas y que actúa a la manera decimonónica, dominando todos los sucesos, interfiriendo la historia y apelando al lector. Un ostensible gusto por contar da lugar a una muñeca rusa de relatos dentro del relato surgidos de una inventiva fecunda. Una notable capacidad para el humor en la amplia gama de registros que va de la ironía a la sátira produce un libro goliardesco, iconoclasta. La sintaxis de abundantes frases nominales propicia el ágil desarrollo de las peripecias. A este conjunto de aciertos solo puede ponérsele el reparo de una cierta generosidad en la materia, pues la abundancia más la reiteración esperpéntica provocan algo de cansancio.

En suma, el libro se salda con un balance global muy positivo: un texto divertido cuyas muchas locuras conducen, sin embargo, y como quien no quiere la cosa, a una reflexión seria sobre el mundo. No necesitamos monstruos para sembrar el dolor y alimentar la catástrofe, concluye el narrador. De este modo, Juan-Cantavella trasforma al fin la farsa y el disparate en una alegoría ácida y pesimista de la vida. Merece la pena leer Asesino Cósmico y no perder de vista al autor.