6/10/11

en Cultura/s (La Vanguardia)

05/10/2011  |  por  Jordi Costa & Jonathan Millán


El ingenioso hidalgo Sci-Fi de dos cabezas

Jordi Costa (y Jonathan Millán, en “Los buzos de la esquina”)

En su libro de memorias “Yo, Curtis Garland”, Juan Gallardo Muñoz, fabulador a destajo en la edad de oro de la novela de a duro, logra dos momentos especialmente intensos. Por un lado, un recuerdo de infancia: el miedo vivido en un tren nocturno bombardeado por la aviación franquista en agosto de 1939. Por otro lado, una secuencia angustiosa: del 11-S al 11-M, mientras la novela popular española y la esposa del autor luchaban contra su desaparición, Gallardo/Garland, de paso, revelaba un secreto: todos los personajes femeninos de su obra eran diferentes formas de su único amor, su amor perdido, su esposa Tere. Sus novelas llevaban títulos como “Pánico pop”, “Ahorcado, dame tus ojos”, “Androide Armaggedon” y “Asesino cósmico”.

Tuve el privilegio de coincidir con Garland y uno de sus compañeros de fatigas, Frank Caudet, en una mesa redonda. Estaban contentos porque en el AVE les habían pasado “Gran Torino”. En ellos había algo de lo mejor de Walt Kowalski, el personaje de Eastwood: eran dos supervivientes de demasiadas batallas, dos camaradas. Pero también algo más: encarnaban algo así como el proletariado del best-seller. Les había tocado el peor papel, a la intemperie del prestigio literario y el éxito económico.

Robert Juan-Cantavella se ha apropiado del título de una de las novelas de Garland y ha invitado a Juan Gallardo a escribir un capítulo en “Asesino cósmico”. Es como si Tarantino hubiese confiado una de las bobinas de “Kill Bill” a Jesús Franco. La intervención de Garland cristaliza en frases cargadas de electricidad pulp: “Y una vez cautivo en su vehículo sideral, me había sometido al experimento de su “ensayo” de la destrucción casi total de un planeta, hecho que iba a producirse en la realidad, no tardando mucho, y del que yo, Ukk, sería aparentemente responsable”. Tiburones, vampiros, extraterrestres polimorfos, enanos malvados, muertos vivientes y niñas poseídas mutan, de la mano de Juan-Cantavella, en figuras de un juego metaficcional incesante de textura casi cervantina.

La joven literatura española invoca a menudo la cultura popular, pero nadie se había atrevido a tanto: a un acto de amor tan sincero, puro y, a la vez, festivo como el que propone “Asesino cósmico”.

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