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en Revista Tónica

01/10/2012  |  por  Ana Vicini

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La alegría de inventar máquinas

Robert Juan-Cantavella nació en 1976 en Alzamora, España. Actualmente vive en Barcelona. Es escritor, traductor y periodista. Fue jefe de redacción de la revista Lateral y tiene publicados, entre otros, Proust Ficcion, Otro, El corazón de Julia, El Dorado y Asesino cósmico . Estuvo en Buenos Aires invitado al Festival Internacional de literatura (FILBA). Cuando le pregunto por la idea que lo llevó a escribir su última novela, Asesino cósmico, me responde: “Tengo ahí una cosa, ¿me dejas un minuto que voy a buscarla así te lo enseño?”. En menos de cinco minutos vuelve con dos libritos chiquitos, compactos. Las tapas resaltan por las ilustraciones y la leyenda “doce pesetas”, en amarillo. Doce pesetas de fines de los 70. El autor es un tal Curtis Garland y la editorial Bruguera, colección Bolsilibros.


–El origen de Asesino Cósmico está acá. Estos libros me los encontré en librerías de viejo y mercados de segunda mano, empecé a leerlos y me quedé  fascinado  y  decidí  jugar,  hacer  algo  parecido.  Y  este  Curtis Garland colabora en mi novela.


¿Cuántos años tiene él ahora?

Juan Gallardo es su nombre real; tiene 82 años. Por una cosa casual cayeron en mis manos sus novelas, y las de otros, pero por lo que fuese las que más me gustaron fueron las suyas y seguí leyéndolo. Cuando empecé a escribir la novela, partí de dos novelas suyas. De hecho, la mía se  llama  Asesino  cósmico  por  una  suya  que  es  del  año  73.  Decidí buscarlo  para  decirle  lo  que  me  proponía  y  pedirle  permiso, básicamente. Yo pensaba que tendría que ir a Madrid, no sé porque me había hecho la idea que lo encontraría allí. Resulta que vive no en mi calle sino en la de al lado, a tres minutos de mi casa. Me dijo que le parecía muy bien, nos hicimos amigos y al final decidí pedirle la colaboración esta y él accedió encantado. El origen de la novela es jugar con estos libros. Estos dos son de ciencia ficción, hay colecciones de western, de terror, de detectives, románticas, esos son los géneros principales y después hay pequeñas colecciones de karatekas, por ejemplo…


¿De karatekas?

¡Sí! Visualmente uno entiende más las películas de karatekas, digo, pero las novelas son extraordinarias. También las hay de porno, pero son géneros menores; los géneros principales son los que te he dicho.


Vos en la novela jugás con muchos de estos géneros.

Cada una de estas novelas tiene su género; yo lo que hago es tratar de jugar con todos, que la novela se vaya transformando cada vez en uno distinto; a veces, utilizando mecanismos muy simples como por ejemplo que un personaje de mi novela esté leyendo a su vez uno de estos, entonces entramos en la novela y leemos un relato dentro del relato. Otro,  simplemente,  es  que  la  trama  principal  de  ciencia  ficción  en ciertos momentos se transforma en terror o en vampiros o cosas así.


La novela tiene una gran cantidad de personajes y tramas. ¿No te complicó eso?

La trama que me permitió articularlos fue surgiendo poco a poco, pero no existía antes. Llegó un momento en el que no tenia ni idea de por donde tirar, y me pase meses que no, que no sabía como, y por poco la pierdo.


Si bien la historia transcurre en el futuro, uno tiene todo el tiempo la impresión de que se trata de una sociedad antigua. Los personajes, las relaciones entre ellos, todo crea una atmósfera de sociedad primitiva.
Si, yo quería generar esa confusión. Lo que más me interesaba de estos libritos  era  la  idea  de futuro que se plantean, basada  en la  idea  de progreso, una idea que ya no está a nuestro alcance; ahora somos incapaces de pensar en el futuro como algo positivo. El vocabulario que utilizan estos autores, la alegría con la que se inventan máquinas y le ponen nombres. Nombres compuestos, de unir electro con no sé cuánto y tal; ahí es donde decidí jugar con el futuro y con el pasado, crear en el lector esa colisión de conceptos. No quería hacerlo, por ejemplo, con un personaje que viaja en el tiempo; quería hacerlo a través del estilo, utilizando un lenguaje muy arcaizante, digamos barroco, un narrador decimonónico que te va acompañando todo el tiempo, un narrador que tiene su opinión sobre las cosas que cuenta. Es algo que hemos dejado atrás, también, como escritores.

¿Tuviste una intención de reivindicación hacia estos géneros populares?
No creo que yo pueda hacer nada por esta gente. Estos escritores son unos genios que están muy por encima de mí. Es cierto que son autores que no recibieron el reconocimiento que merecen porque la cultura oficial los menospreciaba, los llamaba escribidores porque no tocaban temas serios. El hecho de que usaran seudónimos también hace que no sean conocidos, pero sin duda eran los más leídos. Eso sí que me parece injusto, pero las cosas van y vienen y esta gente hizo un trabajo increíble que está ahí para quien quiera leerlo. Que un mequetrefe como yo venga a reivindicarlos no creo que sea algo que necesiten. Yo siento que más bien me acerque a ellos, especialmente a Juan Gallardo, como a un maestro. El mundo está lleno de gilipollas que tienen una obra absurda y creen que son... y éstos que tienen una obra asombrosa. Gallardo tiene 2000 novelas. Me dieron una lección grandísima.

En el marco del FILBA, diste un taller sobre periodismo punk, género que desarrollas en tu libro El Dorado.
Lo que yo quería hacer en El Dorado era intentar algo parecido a lo que ya había hecho Hunter S. Thompson; lo del periodismo punk es parte de la propuesta de la novela: intenta ser periodismo gonzo pero permitiéndose la licencia de utilizar en ciertos momentos y, de cierto modo, la ficción. En el caso de mi libro, la hiperficción. No se trata de falsear datos, de contar cosas que no sucedieron, en ese sentido soy más o menos escrupuloso y cuento lo que vi; entre otras cosas, porque los sitios a los que fui para contar la historia eran de por sí absurdos. En algunos momentos, para reflejar un ambiente o sensaciones que tengo me invento una pequeña historia, como cápsulas de ficción pero descabelladas, cosas que el lector sabe que no pueden ser reales; personajes que vuelan, por ejemplo.


Otras de las actividades fue “Soy tu librero”. ¿Estás al tanto de la literatura argentina actual?
He leído aquí un libro que se llama Glaxo, de Hernán Ronsino, una novelita que es una maravilla. A la Argentina sólo he venido dos veces, pero tengo colegas que han venido más y me traen libros. He leído a Iosi Havilio, por ejemplo. También hay escritores argentinos jóvenes a los que conozco yo y no conocéis vosotros porque viven y se publican allá. Hay una frontera literaria que es muy difícil de entender: escribimos en la misma lengua, somos lo mismo pero la comunicación parece que es muy complicada. Matías Néspolo, que vive en Barcelona, es muy buen escritor, su novela Siete maneras de matar un gato es chulísima y aquí  no  lo  conoce  ni  Dios,  o  no  como  se  merece.  No  lo  acabo  de entender, y ahora no hablo sólo de Argentina, sino de toda Latinoamérica, que los libros de acá no estén allá y los de allá, acá. Que se tenga que hacer una edición nueva. Supongo que el barco que tiene que llevar los libros de un lado al otro debe ser carísimo de fletar, digo yo, porque no se entiende... Vamos a ver qué pasa cuando el libro electrónico se imponga; entonces ya no tendrán sentido estas barreras. ¿O también se nos limitará a que veamos cada uno lo nuestro y ya?