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Nueva narrativa extraña española: un mapa
¿Cuáles son los libros y los autores del fenómeno “nuevo extraño”? Curiosamente, en mi opinión su libro más representativo sería Asesino cósmico (Mondadori, 2011) de Robert Juan-Cantavella, aunque el resto de la obra de este autor no tiene nada que ver con las coordenadas del “nuevo extraño”. Con su maravilloso mapa de la isla Meteca, cortesía de Riot Über Alles, y su tie-in con la obra de Curtis Garland, que es de hecho el autor del capítulo IX, Asesino cósmico es un intento fabuloso de crear una obra que abarque todos los géneros del bolsilibro en feliz y caótica colisión: terror, ci-fi, fantasía y lo que haga falta. Un verdadero carrusel coral con cientos de personajes, máquinas inventadas, asesinos cósmicos, monstruos legendarios y vampiros, ambientada en 2035 en una isla vagamente postapocalíptica, que narra los acontecimientos que durante dos o tres días llevan a la hecatombe de Ciudad Nueva, interrumpida por múltiples relatos secundarios, flashbacks, historias paralelas y relatos independientes.
¿Cuál es el estado de la ciencia ficción española? Mi respuesta más breve y sincera es que es imposible saberlo. Hay autores, eso está claro. Hay cierta permeabilidad a las corrientes internacionales. Las editoriales especializadas aguantan heroicamente, y algunas de ellas apuestan todavía más heroicamente por los autores españoles, a menudo aprovechando el tirón comercial de los extranjeros y las sagas de éxito. Nadie es un superventas pero todo el mundo aguanta como puede. La información circula plácidamente por los blogs y zines especializados y jamás llega al exterior. Es ese mundo a prueba de intrusiones que todos conocemos cariñosamente como el fándom1. El de toda la vida, vamos. En realidad, el diagnóstico que acabo de hacer se podría aplicar a cualquier momento de las tres últimas décadas, porque el fándom nunca cambia demasiado.
El año pasado coincidieron en las estanterías de novedades de fuera del fándom dos antologías de ciencia ficción española actual que prometían disipar en parte mi ignorancia del momento que vive el género. Una era Prospectivas, de la editorial madrileña Salto de Página, secuela de su anterior antología Perturbaciones, dedicada al género fantástico. Dieciocho cuentos de ci-fi publicados entre 1981 y 2011, seleccionados por Fernando Ángel Moreno, profesor de la Complutense y codirector de la revista Hélice. En su prólogo, Moreno caracteriza la ciencia ficción española a partir de siete rasgos distintivos (ausencia de personajes femeninos, ausencia de robots y extraterrestres, humor, insistencia en lo subversivo, descreimiento de las utopías, atención a la tradición literaria clásica española, metarreferencialidad y obsesión por lo divinizado en un sentido cercano a lo religioso) y divide implícitamente su antología en dos secciones. La primera serían los autores de los años 80 y 90, es decir, del boom o emergencia de la ciencia ficción española (¿pos?)moderna. La segunda sección la componen autores “lo más cercanos que se pueda a nuestros días”. La selección de la primera parte me imagino que debe de ser bastante incontestable, y se compone de autores 100% del fándom, culminando con los nacidos a finales de los 60, Mares, Vaquerizo y Díez. Es en la segunda parte, sin embargo, donde el antólogo se moja más y apuesta por nombres nada obvios. Por un lado hay autores claramente del fándom, como Santiago Eximeno, el traductor Carlos Pavón, el crítico de cómic Roberto Bartual o el jovencísimo José Ramón Vázquez. Por otro lado están los “foráneos”: Manuel Vilas, cuyo “futurismo” de raíz vanguardista tiene tanto que ver con la escena de la ci-fi española como el tocino con la velocidad; Juan Jacinto Muñoz Rengel, que ganó un Ignotus con un libro de relatos, De mecánica y alquimia, cercano a Borges, Calvino y el fantástico del XIX, antes de graduarse con una comedia ligera al estilo de Eduardo Mendoza. Y Matías Candeira, autor madrileño de un par de libros de cuentos donde la ciencia ficción no es más que un ingrediente de la sopa de referentes que les dan forma.
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La otra antología publicada el año pasado es Steampunk, antología retrofuturista, de la joven editorial Fábulas de Albión, antologada por el novelista Félix J. Palma. Confieso que, de entrada, la nómina de colaboradores de Steampunk me desconcertó bastante. No estaban por ejemplo autores como Eduardo Vaquerizo o Daniel Mares, que con Danza de tinieblas y Los horrores del escalpelo respectivamente habían sido los primeros españoles en practicar el steampunk de forma explícita. La explicación, tal como descubrí más tarde, es que Steampunk no era una antología del (incipiente) retrofuturismo español, pese a lo que decía su portada, sino un libro colectivo que había encargado relatos steampunk a autores de no-género. Según me explicó Marian Womack, responsable de la editorial Fábulas de Albión donde salió el libro,
¿Y cómo les salió el invento? El problema principal que suelen afrontar esta clase de antologías es poner a una gente a hacer algo que claramente no es lo suyo. Yo me acuerdo por ejemplo de que cuando Alpha Decay hizo Matar en Barcelona, en el que yo participaba, hubo algún autor que no consiguió hacer un relato de crímenes. Lo intentó pero no le salió ni de lejos. No todo el mundo sirve para todo, y disfrazar a autores de literatura de no-género de autores del fándom es peliagudo. Tiene sus ventajas, que es que normalmente (y que no se me enfade nadie, por Dios) los autores de no-género son mejores estilistas y escriben mejor en general. El inconveniente es cierto tono forzado, incómodo, que intenta usar los recursos del género y al mismo tiempo disimularlos un poco, como si el autor en cuestión se considerara por encima de lo fantástico.
Este no es un problema que tenga Steampunk. La verdad es que el libro está bien escrito, ofrece relatos sólidos y encima no suena forzado para nada. La gran mayoría de autores del libro consiguen dar la impresión de dedicarse a esto de forma regular. La explicación, claro está, es que muchos de ellos no son novatos en esto. Algunos se dedican al género de forma más explícita, como Somoza, otros han hecho incursiones aunque sea juveniles y algunos son de hecho autores nada fáciles de clasificar en la dicotomía género/no género. Algunos incurren en cierto formulismo de “científico loco con máquina extraña” que le confiere una ligera monotonía a la colección, pero todos lo hacen más o menos con gracia. El libro también se beneficia mucho del hecho de que la mayoría de relatos son bastante largos, de 25-30 páginas, lo cual da a casi todos espacio para desarrollar tramas más articuladas. El relato de Óscar Esquivias fusiona el mito coleridgiano del arpa eólica con la necromancia. Fernando Marías construye en Gringo Clint un estupendo western alucinado sobre las luchas del mundo obrero y el ludismo salpicado de referencias a Clint Eastwood y al western crepuscular. Juan Jacinto Muñoz Rengel construye en London Gardens una apasionante trama retro-espacial sobre el hallazgo de vida en Marte y su traducción a unos términos inteligibles por nuestro concepto de “vida”. Dynevor Road de Luis Manuel Ruiz es un oscurísimo misterio victoriano sobre unos estudiantes de patología enloquecidos que violan hubrísticamente los secretos de la memoria. Flux de Fernando Royuela combina historia alternativa, juegos inventados, alucinantes steamers que sobrevuelan el Guadalquivir y una trama de western sobre un fullero enfrentado a un autómata. That Way Madness Lies de José Carlos Somoza juega maravillosamente con las fotografías de hadas, Lewis Carroll, Arthur Machen y una máquina fotográfica llamada Goliath que puede retratar fenómenos sobrenaturales. Como es obvio, el libro no tiene la ambición historicista de Prospectivas, pero a cambio es un libro más accesible, a ratos bastante perverso y que a base de no reprimir para nada el espíritu lúdico consigue una solidez tremenda.
Los de Muñoz Rengel, de Candeira o del mismo Félix J. Palma son casos bastante citados de “tercera vía” de las letras españolas. No forman parte del fándom, más que de forma tangencial. Los tres vienen de la narrativa llamada “seria”, la de no-género, la que se reseña en los suplementos literarios. Y sin embargo, los tres se adentran en el terreno de la fantasía y la ciencia ficción y se valen de sus recursos. Hay varios nombres para esta modalidad de violación de categorías, aunque el que se ha popularizado en el mundo de las convenciones y los artículos especializados es slipstream, un término bastante antipático (al menos para mí) que Wikipedia define como aquella “narrativa fantástica o no realista que cruza las fronteras de género convencionales entre narrativa literaria mainstream y ciencia ficción o fantasía”. Los relatos de los tres autores citados para las antologías de Salto de Página son perfectamente representativos de este concepto. El extraño de Candeira cuenta la historia de un padre de familia que se convierte en monstruo peludo para trazar una alegoría bastante diáfana sobre la rutina y la familiaridad. La Brigada Diógenes de Muñoz Rengel imagina un escenario totalitario donde una agencia de inteligencia combate una supuesta plaga de ancianos con síndrome de Diógenes, con el propósito de reflexionar entre el enfrentamiento que mantiene el poder con la memoria, la privacidad y la irreductibilidad. Venco a la marinera de Palma emplea un pequeño cambio en el orden natural de las cosas para reflejar la incapacidad de la conciencia para subsistir cuando le sustraen la familiaridad.
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Esa tercera vía a caballo entre el género y el no-género cuenta, por supuesto, con una ilustre tradición en la literatura española. Para mí, de los nacidos después de la guerra, quien representó siempre la culminación de esa vía es Cristina Fernández Cubas (1945), mucho más leída y admirada en el mundo de la literatura “seria” que por los lectores de género, una escritora atrevida y delicada al mismo tiempo, capaz de combinar con sabiduría referentes como el expresionismo, los hermanos Grimm o la mirada alucinada a la infancia; en resumen, nuestra versión de una Angela Carter, nuestro primer slipstream de pesadilla infantil. También son de sobra conocidos los casos de José María Merino (1941), fascinado por el folclore fantástico, Pilar Pedraza (1951), que siempre ha matizado su goticismo de atmósfera decimonónica con (sutiles) elementos psicoanalíticos, sadianos y hasta postfeministas. O la misma Elia Barceló (1957), que aunque se convirtió con El mundo de Yarek en la escritora de ciencia ficción española más importante de todos los tiempos, ha cultivado otros géneros y, por supuesto, obras de no-género, como por ejemplo Disfraces terribles. En 1999 Andrés Ibáñez dejó bastante pasmada a la crítica con El mundo en la era de Varick, obra de ciencia ficción mestiza y filosófica que no estaba demasiado lejos de lo que una década más tarde haría en Inglaterra David Mitchell, por ejemplo. He mencionado ya los casos de Félix J. Palma y José Carlos Somoza. Somoza empezó en los 90 construyendo artefactos metaliterarios con tramas detectivescas, pero enseguida derivó hacia una modalidad de thriller a caballo entre el terror, el policial y la ci-fi, donde esta última parece ir ganando cada vez más peso. Palma empezó como autor de cuentos cortazarianos, pero con El mapa del cielo y El mapa del tiempo se pasó con entusiasmo al retrofuturismo victoriano. En catalán, Miquel de Palol ya llevaba practicando desde finales de los 80 la ciencia ficción experimental y filosófica, con resultados espectaculares, aunque cada vez más exigentes para el lector. Con La piel fría (2002) y Pandora en el Congo (2005), Albert Sánchez Piñol reventó el mercado catalán con su lovecraftianismo de resonancias antropológicas, y le seguiría el escritor de thrillers Marc Pastor, cuyas novelas El año de la plaga y Bioko son homenajes a la ciencia ficción clásica con un twist de alegoría macabra. Esta claro que esta genealogía que acabo de trazar no es exhaustiva ni mucho menos2.
Hay, sin embargo, o ha habido tradicionalmente, cierta incomodidad en relación con esta tercera vía, que tal vez tenga que ver con la indiferencia mutua que se tienen el fándom y la escena literaria “seria”. Interrogado sobre esta cuestión, Pablo Mazo, el editor de Salto de Página, habla de “la brecha entre el fándom y el mainstream en este país, donde unos pasan de Borges y los otros de Ballard”. Y admite que “una buena parte del catálogo de Salto intenta deliberadamente rellenar esa brecha, y quiero pensar que con más dignidad que porquería. Porque la hay a paletadas, es que te metes en sellos especializados en ciencia ficción y terror españoles y es como un viaje infernal al fándom de los 80. Desde la misma estética, mismas ilustraciones de los magos del aerógrafo de la época, misma maquetación cutre de fanzine fotocopiado… Incluso para quienes lo hacían mejor, como Alejo con Gigamesh, no parecía posible salir del gueto hasta un pelotazo como el de Martin. Que molará, pero son dragones y espadas, no es slipstream precisamente. Vaya, que la disolución de las barreras entre géneros populares y alta cultura, propia de la posmodernidad, etc., es un proceso del que el fándom español ha estado a salvo, de una forma que me fascina”.
En una línea parecida se expresa Marian Womack:
¿Cómo hay que valorar entonces la emergencia de la editorial Salto de Página? ¿Como un caso aislado en el panorama, propiciado por la sagacidad de su editor? ¿O bien como síntoma de que algo está cambiando? Ciertamente, en el catálogo de Salto se hace realidad el dictum posmoderno del que habla su editor: género y no-género están completamente revueltos en su sello púrpura, o mejor dicho, no existen como categorías. Los policiales de Salem y Urra, la ensalada de géneros de los latinoamericanos Eduardo del Llano, BEF y Haghenbeck, los cuentos fantásticos de Gómez Bárcena y Muñoz Rengel, el terror post-fándom de Bueso y Biurrun o la ci-fi apocalíptica beckettiana de Rafael Pinedo. El hecho de que sus autores se hayan llevado los tres últimos premios Celsius en la Semana Negra de Gijón también me parece bastante elocuente, porque el premio nació absolutamente en el seno del fándom. Hasta han agarrado algunos Nocte y un par de Ignotus, galardones necesarios y muy saludables, pero que en general suelen dar pocas sorpresas y repetir bastantes nombres. En líneas generales, sin embargo, uno podría simplemente considerar el caso de Salto de Página como un acontecimiento aislado si no fuera por la aparición de otra editorial, increíblemente distinta, tres o cuatro años más tarde.
En 2010, la muy extraña pareja compuesta por los artistas multidisciplinares Cisco Bellabestia (Francisco Javier Martínez) y Sara Herculano apareció en el mapa de la edición indie procedente nada menos que de Badajoz. Aristas Martínez, que es como llamaron a su editorial, tenía su origen en un fanzine que hacían sus fundadores, y pronto empezó a desarrollar una desconcertante actividad que, creo yo, solamente se empieza a entender dos o tres años más tarde. Distintos rasgos hacen que Aristas Martínez no se parezca a ninguna otra editorial española: para empezar, el aspecto de sus libros, hermosos artilugios a medio camino entre el fanzine, el libro de artista y el bolsilibro, terriblemente coleccionables, publicados en ediciones limitadísimas, a veces solamente de 100 o 300 copias y hasta hace poco bastante inencontrables (antes de tener distribuidora, Cisco y Sara llevaban sus libros por la geografía española en coche y dentro de maletas). Por poner más ejemplos de la estética de Aristas: tienen una colección de plaquettes llamada Plaquetrash (!), que viene a ser básicamente lo que su nombre indica. En 2012 publicaron un espectacular objeto llamado Black Pulp Box consistente en una caja llena de libros, cómics y bolsilibros con más de un centenar de autores representados; como suele pasar con Aristas Martínez, yo no pude conseguir un ejemplar y tampoco la encontré luego en ninguna parte, con lo cual tuve que pedirla prestada para leerla. Excentricidades aparte, lo que distingue los libros de Aristas del resto es, en mi opinión, el contenido en sí de los libros. ¿Cómo definir la línea editorial de Aristas? Se trata de libros extraños, eso está claro. Extraños híbridos de poesía y prosa, ciencia ficción y pulp, cautivadores en algunos casos y desconcertantes en el caso de los más experimentales. Cisco Bellabestia explica que su editorial se ha nutrido en gran medida de una generación de autores que “usan elementos de la literatura de género, especialmente la ciencia ficción, con naturalidad. Al montar nuestra editorial hace tres años, tras otros tantos publicando fanzines, quisimos, de la misma manera que en escritores mainstream hallábamos ciencia ficción, buscar literatura en escritores de género. En ese momento nos topamos con el fándom: varios grupúsculos diseminados en blogs y foros autocomplacientes que justificaban y compartían felizmente su soledad e incomprensión. Estuvimos varios meses investigando entre frikis y malditos, leyendo lo que publicaban, comentaban y recomendaban. Luego entramos en contacto con alguno de ellos y la confraternidad se diluyó. Ni les gustaba donde estaban ni lo que hacían los demás”. De hecho, durante sus primeros dos años, el autor estrella de Aristas Martínez era Fco. Javier Pérez, escritor autoexiliado del fándom que en 2010 publicó Hierático, una de las mejores novelas de ciencia ficción española que he leído y que fue completamente ninguneada por la crítica y los premios especializados. En Aristas, Pérez ha publicado una trilogía de novelas experimentales que tratan temas como la enfermedad, el postcapitalismo y la demonología.
Aristas
¿Podría usarse el término “extraño” como categoría crítica? En realidad, ya se ha usado. En su ya clásico prólogo a la irregular pero interesante antología The New Weird, (2008), Jeff y Ann Vandermeer trataron de definir el género que se estaba empezando a denominar new weird, “nuevo extraño”, y que básicamente abarca manifestaciones literarias de vanguardia que parten del terror y la ciencia ficción pero subvierten los estereotipos de estos géneros y desmontan las barreras entre fantasía, ciencia ficción y terror sobrenatural. Se trataría, por tanto, de una modalidad del slipstream o tercera vía, con el componente vanguardista antes citado. También se ha postulado el new weird como una especie de tercera ola, después de la weird fiction de principios del siglo XX (la de Lovecraft, Machen, Lord Dunsany y compañía) y de la nueva ola de la ciencia ficción de los años 60. En realidad, el new weird como categoría crítica no arraigó demasiado, y en la actualidad se asocia principalmente con la narrativa de China Miéville.
La siguiente pregunta es: ¿se podría robar el término “nuevo extraño” y aplicarlo a una serie de manifestaciones literarias de autores españoles? Hace tres años, yo habría dicho sin duda que no. Por las razones antes citadas: yo disfruto como el que más de todos los autores que he descrito más arriba, desde Mi hermana Elba de Cristina Fernández Cubas hasta De mecánica y alquimia de Muñoz Rengel, y está claro que no solamente son todos buenos escritores, sino que han hecho muchísimo por demoler el tradicional prejuicio que tenía la cultura española hacia los géneros de la fantasía, la ci-fi y el terror. Han mezclado género y no-género y han creado un slipstream español digno y propio. Sin embargo, todos ellos pertenecen, en mi opinión, a una tradición clara: la de 1900 a 2000, por decirlo de algún modo. La que tiene sus raíces en la literatura gótica y la anticipación victoriana, pasa por Lovecraft y por el terror-en-lo-cotidiano de Stephen King, el terror y la ci-fi conspiranoica de los 50, Borges y Calvino, Dick, Ballard y la nueva ola de los años 60, el cyberpunk y el slipstream de los 80 y los 90. Una tradición perfectamente válida y que sigue dando obras nuevas, excitantes y complejas. Y sin embargo, después de la aparición de las editoriales Salto de Página y Aristas Martínez, yo veo la emergencia de una nueva generación de autores españoles que escriben distinto, aunque la diferencia pueda parecer sutil, y que podrían merecer el apelativo de “nuevos extraños españoles”, aunque para ello haría falta redefinir el término y adaptarlo a nuestra realidad, que es distinta a la anglosajona. ¿En qué sentido hablo de escritores “distintos”? De entrada, he aislado cinco características diferenciales.
Los “nuevos extraños españoles” subvierten con sus obras la distinción entre género y no género pero también las barreras entre los géneros de fantasía, terror y ciencia ficción. Están perfectamente familiarizados con los géneros y usan sus recursos, pero las convenciones de los géneros a menudo se les quedan pequeñas. La presencia de la ciencia ficción, sin embargo, parece ser una constante.
Ninguno de ellos siente la necesidad de justificar los elementos de ciencia ficción de sus libros, ni de dignificarlos con una pátina de “seriedad”, intención metafórica o alta cultura. Para ellos no es nada que haga falta justificar. Muchos de ellos vienen del fándom y publicaron ahí sus primeras obras. Entre sus principales influencias y pasiones tienen el pulp.
Los “nuevos extraños españoles” tienen una gran influencia del cómic, y eso hace que a menudo sus obras estén ilustradas. Curiosamente, este rasgo hace que muchos de sus libros resulten bastante incompatibles con el libro digital.
Los “nuevos extraños españoles” son autores en mayor o menor medida experimentales. Sus obras no son para nada tradicionales y a menudo resultan chocantes. Su experimentación, sin embargo, está completamente alejada de la teoría literaria, de los estudios posmodernos y del mundo académico, por oposición a la de la llamada generación afterpop.
Los “nuevos extraños” no tienen rasgos de generación (y están muy lejos del grueso de su generación), pero se puede decir que casi todos han nacido después de 1975.
¿Cuáles son los libros y los autores del fenómeno “nuevo extraño”? Curiosamente, en mi opinión su libro más representativo sería Asesino cósmico (Mondadori, 2011) de Robert Juan-Cantavella, aunque el resto de la obra de este autor no tiene nada que ver con las coordenadas del “nuevo extraño”. Con su maravilloso mapa de la isla Meteca, cortesía de Riot Über Alles, y su tie-in con la obra de Curtis Garland, que es de hecho el autor del capítulo IX, Asesino cósmico es un intento fabuloso de crear una obra que abarque todos los géneros del bolsilibro en feliz y caótica colisión: terror, ci-fi, fantasía y lo que haga falta. Un verdadero carrusel coral con cientos de personajes, máquinas inventadas, asesinos cósmicos, monstruos legendarios y vampiros, ambientada en 2035 en una isla vagamente postapocalíptica, que narra los acontecimientos que durante dos o tres días llevan a la hecatombe de Ciudad Nueva, interrumpida por múltiples relatos secundarios, flashbacks, historias paralelas y relatos independientes.
Es absolutamente neo-extraña Laura Fernández, esta sí, en todas sus obras. Ya he escrito antes sobre Laura y no me importa parafrasearme. Increíblemente prolífica, inició su andadura con Bienvenidos a Welcome (Elipsis, 2008), una loquísima “sit-com galáctica” rebosante de intrigas mediáticas, objetos celestes que se estrellan en centros comerciales y canciones que provocan suicidios en masa, concebida como homenaje a Duluth de Gore Vidal pero más parecida a Douglas Adams intoxicado de anfetaminas y de millones de horas de tebeos y frikismo diverso. Su segunda novela, construida a base de una sopa de referentes que van de las sitcoms y las comedias románticas hasta los tebeos y el imaginario de los superhéroes de los 80, es Wendolin Kramer (Seix Barral, 2011). Wendolin Kramer narra las andanzas de su heroína homónima, una freak de 30 años y detective amateur que debe averiguar el paradero de un negro literario que escribe novelas románticas, para lo cual cuenta con la ayuda de Marvin, un vendedor friki de cómics. Wendolin y Marvin se convierten en sus imaginaciones en la Super-Chica y Spiderman y se ven involucrados en una trama imposiblemente truculenta antes de llegar a su happy-ending. En 2013 Laura Fernández no solamente vuelve con La chica zombie (Seix Barral), sino que además publica El show de Grossman (Aristas Martínez), una nouvelle galáctica sobre Matson, un chico terreckiano (es decir, medio terrícola, medio rethrickiano), que viaja a la Tierra de incógnito junto con unos amigos de su instituto para encontrar a su madre, una camarera terrícola que sedujo a su padre alienígena y lo dejó embarazado, puesto que en el planeta Rethrick son los hombres quienes gestan a los bebés. El reencuentro entre Matson y su madre, ante las cámaras del show de Grossman, un exitoso programa de TV rethrickiano, es uno de los momentos más inolvidables de la obra de esta fabulosa y demente narradora. Su fichaje por Aristas Martínez parece cerrar uno de los primeros círculos de la escena neo-extraña. Laura también ha sido una de las principales valedoras de la mayoría de autores neo-extraños desde las páginas del suplemento Tendències de El Mundo de Catalunya.
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Es neo-extraño hasta la médula Colectivo Juan de Madre, seudónimo del excéntrico escritor barcelonés Daniel Miñano. Colectivo Juan de Madre se dio a conocer con El libro de los vivos (Sloper, 2011), un maravilloso artefacto que parte de la premisa del hallazgo de siete manuscritos originarios de un hospital para locos fundado en Fez en el siglo XIII. Juan de Madre se presenta como cotraductor de los siete manuscritos, que en realidad son siete relatos fabulosos, autobiografías de locos con rasgos retrofuturistas, viajes temporales y gólems foucaltianos. Sin embargo, su primer libro no permitía imaginar la maravilla que es La insólita reunión de los nueve Ricardo Zacarías (Aristas Martínez, 2012). Con su segunda novela, Colectivo se plantea como verdadera estrella del “nuevo extraño”. La historia de un huraño físico con un oscuro trauma interior que en 1905 inventa una máquina para viajar en el tiempo y efectúa nueve saltos temporales a medida que se adentra en una salvaje historia de crímenes y locura, es una novela que desafía la sinopsis, y además prefiero no desvelar nada. Solamente diré que el uso de las paradojas y entresijos de los viajes temporales está resuelto con originalidad pasmosa, que el libro es trepidante, tenebroso y extraño, y que en el endiablado aparato de notas del mismo se dan cita desde Blake y Duchamp hasta Alan Moore, la alquimia y Gaston Lerroux.
Si el fenómeno “nuevo extraño” tiene un cuentista, ese es Matías Candeira. Antes de las jirafas (Páginas de Espuma, 2011) era un extraño contenedor de distintas referencias de género, con la característica, central en la obra de Candeira, de que todas se ponían al servicio de una oscura caracterización de la vida en pareja y en familia. El extraño, que ya se ha descrito, usa el recurso de la transformación en demonio. Manhattan Pulp es un relato memorial sobre la soledad escrito por Otto Octavius, el Dr. Octopus de los cómics de Marvel. La dimensión del ojo y Nuestro futuro son relatos de viajes en el tiempo. ¿Qué tal, cariño? parodia el mito de King-Kong. Otros relatos aluden a familias asesinas o fracturas de la realidad. Su nuevo libro, Todo irá bien (Salto de Páginas, 2013) es una colección de relatos macabros, con una visión igualmente ecléctica a la hora de armar un registro gótico contemporáneo y también centrada en el mundo familiar y sus demonios. Gólgota, el que abre la colección, es un fabuloso relato sobre una familia adicta a la sangre de resonancias vampíricas. Destrucción, sobre una tormenta sobrenatural que causa catástrofes naturales y extraños casos de locura, y Purgatorio, ambientada en un futuro donde las piscinas de agua han sido reemplazadas por una modalidad nueva y mucho más peligrosa, cierran la trilogía de relatos “mayores” de este estupendo libro.
También he escrito en otros lugares de Fco. Javier Pérez, rara avis dentro de cualquier escena y probablemente el autor más complejo de todos los que se pueden catalogar de neo-extraños. A Pérez lo descubrí con su nouvelle Hierático (AJEC, 2010), que me sigue pareciendo su mejor obra, un homenaje al hardboiled ambientado en una Barcelona anegada por la subida del nivel del mar que ha causado la fusión de los polos terráqueos, y convertida un inmenso cenagal anárquico donde un detective decadente busca un artefacto neurolingüístico extraterrestre que puede ser la última esperanza de la humanidad. Pronto el discurso mismo y la ciudad se escinden en dos metacontextos distintos, inaugurando una constante de ambigüedad entre lo material y lo lingüístico que también está presente en sus obras posteriores. Su trilogía para Aristas Martínez es menos clasificable en la ciencia ficción post-pulp, y ocupa más bien una posición inestable entre la ci-fi, la alegoría, el terror, el surrealismo y la sombra de Burroughs. Según su autor, las tres novelas comparten el hecho de que “la acción transcurre en un no-espacio que tanto podría ser un futuro probable o una dimensión alternativa, como una realidad subliminal o subconsciente; contrapuesto este a un espacio que nos es mucho más cercano y consensual”. Cinco canciones de cuna (Aristas Martínez, 2011) es una historia de transmigración ambientada en un continuum con forma de hospital cercado por una tormenta química letal llamada el Viento Negro. La segunda entrega, Orígenes del lodo (Aristas Martínez, 2012), está ambientada en un mundo distópico y narra el despertar de la conciencia de Ruina Stereo, miembro de una casta de operarios hermafroditas que trabajan en la Fábrica de Lodo, nutrida por unos seres de barro antropomorfos y parecidos a gólems que se llaman Pecinas. En conjunto el suyo es un proyecto formidable, cuya ambición y exigencia intelectual ha impedido de momento que el autor tenga la consideración crítica que se merece.
¿Agota esto la nómina de los “nuevos extraños”? Probablemente no. Está, por ejemplo, el blog del colectivo de narradores Psiquemáquinas, que no es realmente un blog, sino una especie de antología de relatos en progreso, casi todos exponentes de la vertiente más “experimental” y cercana al microrrelato del fenómeno “nuevo extraño”. El blog contiene relatos de Colectivo Juan de Madre, del muy “neo-extraño” escritor y músico cordobés Luis Gámez y de otros como Fco. Javier Pérez y Cisco Bellabestia. Se puede señalar también mucho de neo-extraño en el pintor y escritor Riot Über Alles, autor de un par de libros en Aristas Martínez y del blog Riot es disturbio, donde también se pueden leer sus relatos. Es completamente neo-extraña, obviamente, la Black Pulp Box de Aristas Martínez, probablemente lo más neo-extraño que se pueda imaginar, con su colisión frontal de neo-pulp, post-pulp y cómic. También lo es el número titulado Near Future (2011) de la revista Caldo de Cultivo, coordinado por Javier Iglesias Plaza, donde encontramos relatos de Robert Juan-Cantavella, Riot Über Alles, Fco. Javier Pérez, Daniel Mares, Sofia Rhei o Mario Cuenca Sandoval. Otro rasgo del “nuevo extraño” que puede parecer una simple curiosidad, pero tal vez sea algo más, es la afinidad del género con la música experimental. Sara Herculano de Aristas Martínez se dedica a la experimentación sonora y tiene un disco titulado shhhhh. Luis Gámez hace ruidismo digital con el sobrenombre Blitz-Kerner y es autor de un estupendo tratado sobre este género titulado El arte del ruido (Alpha Decay, 2012). También se dedica a los collages sonoros, con el nombre artístico Derriere, Carlos G. De Marcos, librero y activista cultural bilbaíno con muchas conexiones con la escena neo-extraña.
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Cabe preguntarse por la utilidad de una categoría crítica como “Nueva Narrativa Extraña Española” en un panorama saturado de categorías semejantes, algunas de las cuales resultan tan espurias y pasajeras que se olvidan antes de propagarse. La categoría de la N. N. E. E. —quiero dejarlo bien claro— únicamente existe en mi mente y en la estantería de mi biblioteca personal. No tengo intención alguna de exportarla fuera de estos dos ámbitos ni tampoco de popularizarla. Su intención, que se agota en el presente artículo, es rendir un homenaje a los autores mencionados y difundir sus nombres entre quienes todavía no los conozcan. Armados cada uno con su estrategia literaria personal, les atribuyo, eso sí, el inmenso placer de haber generado un foco de atracción y excitación intensas en mi conciencia lectora de los dos o tres últimos años. Si este artículo puede contagiar esa excitación a un puñado de lectores, entonces habrá tenido un éxito mayúsculo.
Nueva narrativa extraña española: un mapa
¿Cuáles son los libros y los autores del fenómeno “nuevo extraño”? Curiosamente, en mi opinión su libro más representativo sería Asesino cósmico (Mondadori, 2011) de Robert Juan-Cantavella, aunque el resto de la obra de este autor no tiene nada que ver con las coordenadas del “nuevo extraño”. Con su maravilloso mapa de la isla Meteca, cortesía de Riot Über Alles, y su tie-in con la obra de Curtis Garland, que es de hecho el autor del capítulo IX, Asesino cósmico es un intento fabuloso de crear una obra que abarque todos los géneros del bolsilibro en feliz y caótica colisión: terror, ci-fi, fantasía y lo que haga falta. Un verdadero carrusel coral con cientos de personajes, máquinas inventadas, asesinos cósmicos, monstruos legendarios y vampiros, ambientada en 2035 en una isla vagamente postapocalíptica, que narra los acontecimientos que durante dos o tres días llevan a la hecatombe de Ciudad Nueva, interrumpida por múltiples relatos secundarios, flashbacks, historias paralelas y relatos independientes.
¿Cuál es el estado de la ciencia ficción española? Mi respuesta más breve y sincera es que es imposible saberlo. Hay autores, eso está claro. Hay cierta permeabilidad a las corrientes internacionales. Las editoriales especializadas aguantan heroicamente, y algunas de ellas apuestan todavía más heroicamente por los autores españoles, a menudo aprovechando el tirón comercial de los extranjeros y las sagas de éxito. Nadie es un superventas pero todo el mundo aguanta como puede. La información circula plácidamente por los blogs y zines especializados y jamás llega al exterior. Es ese mundo a prueba de intrusiones que todos conocemos cariñosamente como el fándom1. El de toda la vida, vamos. En realidad, el diagnóstico que acabo de hacer se podría aplicar a cualquier momento de las tres últimas décadas, porque el fándom nunca cambia demasiado.
El año pasado coincidieron en las estanterías de novedades de fuera del fándom dos antologías de ciencia ficción española actual que prometían disipar en parte mi ignorancia del momento que vive el género. Una era Prospectivas, de la editorial madrileña Salto de Página, secuela de su anterior antología Perturbaciones, dedicada al género fantástico. Dieciocho cuentos de ci-fi publicados entre 1981 y 2011, seleccionados por Fernando Ángel Moreno, profesor de la Complutense y codirector de la revista Hélice. En su prólogo, Moreno caracteriza la ciencia ficción española a partir de siete rasgos distintivos (ausencia de personajes femeninos, ausencia de robots y extraterrestres, humor, insistencia en lo subversivo, descreimiento de las utopías, atención a la tradición literaria clásica española, metarreferencialidad y obsesión por lo divinizado en un sentido cercano a lo religioso) y divide implícitamente su antología en dos secciones. La primera serían los autores de los años 80 y 90, es decir, del boom o emergencia de la ciencia ficción española (¿pos?)moderna. La segunda sección la componen autores “lo más cercanos que se pueda a nuestros días”. La selección de la primera parte me imagino que debe de ser bastante incontestable, y se compone de autores 100% del fándom, culminando con los nacidos a finales de los 60, Mares, Vaquerizo y Díez. Es en la segunda parte, sin embargo, donde el antólogo se moja más y apuesta por nombres nada obvios. Por un lado hay autores claramente del fándom, como Santiago Eximeno, el traductor Carlos Pavón, el crítico de cómic Roberto Bartual o el jovencísimo José Ramón Vázquez. Por otro lado están los “foráneos”: Manuel Vilas, cuyo “futurismo” de raíz vanguardista tiene tanto que ver con la escena de la ci-fi española como el tocino con la velocidad; Juan Jacinto Muñoz Rengel, que ganó un Ignotus con un libro de relatos, De mecánica y alquimia, cercano a Borges, Calvino y el fantástico del XIX, antes de graduarse con una comedia ligera al estilo de Eduardo Mendoza. Y Matías Candeira, autor madrileño de un par de libros de cuentos donde la ciencia ficción no es más que un ingrediente de la sopa de referentes que les dan forma.
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La otra antología publicada el año pasado es Steampunk, antología retrofuturista, de la joven editorial Fábulas de Albión, antologada por el novelista Félix J. Palma. Confieso que, de entrada, la nómina de colaboradores de Steampunk me desconcertó bastante. No estaban por ejemplo autores como Eduardo Vaquerizo o Daniel Mares, que con Danza de tinieblas y Los horrores del escalpelo respectivamente habían sido los primeros españoles en practicar el steampunk de forma explícita. La explicación, tal como descubrí más tarde, es que Steampunk no era una antología del (incipiente) retrofuturismo español, pese a lo que decía su portada, sino un libro colectivo que había encargado relatos steampunk a autores de no-género. Según me explicó Marian Womack, responsable de la editorial Fábulas de Albión donde salió el libro,
la antología de Steampunk estuvo en preparación en la mente de Félix J. Palma y su editor original, Luis García Prado, unos tres o cuatro años o así. El caso es que Félix y Luis (editor de Bibliópolis-Alamut, con mucho posicionamiento en el fándom, etc.), planeaban sacar una línea, dirigida por Félix, de autores llamémoslos “literarios” que escribirían fantasía o ci-fi, o eso que tampoco es que se haya inventado Rengel (pienso, por ejemplo, en los relatos de Elizabeth Bowen): la sutil introducción de lo ambiguo-raro-sobrenatural, en una narración más realista. Esa era la idea de la colección entera, y Steampunk sería el primer libro de la misma. Pues bien, Luis García Prado detectó que el mercado español no estaba para estas lides, que esto no se vendería ni de coña, y archivó el proyecto. Creo que esa reacción de Luis es muy significativa: como te digo, él conoce el fándom de primera mano, sabe las limitaciones de vender según qué cosas a ese público, y aunque su espinita particular es “unir” a ambos públicos, no lo vio nada claro. Ahí entramos nosotros, tres o cuatro años después.
¿Y cómo les salió el invento? El problema principal que suelen afrontar esta clase de antologías es poner a una gente a hacer algo que claramente no es lo suyo. Yo me acuerdo por ejemplo de que cuando Alpha Decay hizo Matar en Barcelona, en el que yo participaba, hubo algún autor que no consiguió hacer un relato de crímenes. Lo intentó pero no le salió ni de lejos. No todo el mundo sirve para todo, y disfrazar a autores de literatura de no-género de autores del fándom es peliagudo. Tiene sus ventajas, que es que normalmente (y que no se me enfade nadie, por Dios) los autores de no-género son mejores estilistas y escriben mejor en general. El inconveniente es cierto tono forzado, incómodo, que intenta usar los recursos del género y al mismo tiempo disimularlos un poco, como si el autor en cuestión se considerara por encima de lo fantástico.
Este no es un problema que tenga Steampunk. La verdad es que el libro está bien escrito, ofrece relatos sólidos y encima no suena forzado para nada. La gran mayoría de autores del libro consiguen dar la impresión de dedicarse a esto de forma regular. La explicación, claro está, es que muchos de ellos no son novatos en esto. Algunos se dedican al género de forma más explícita, como Somoza, otros han hecho incursiones aunque sea juveniles y algunos son de hecho autores nada fáciles de clasificar en la dicotomía género/no género. Algunos incurren en cierto formulismo de “científico loco con máquina extraña” que le confiere una ligera monotonía a la colección, pero todos lo hacen más o menos con gracia. El libro también se beneficia mucho del hecho de que la mayoría de relatos son bastante largos, de 25-30 páginas, lo cual da a casi todos espacio para desarrollar tramas más articuladas. El relato de Óscar Esquivias fusiona el mito coleridgiano del arpa eólica con la necromancia. Fernando Marías construye en Gringo Clint un estupendo western alucinado sobre las luchas del mundo obrero y el ludismo salpicado de referencias a Clint Eastwood y al western crepuscular. Juan Jacinto Muñoz Rengel construye en London Gardens una apasionante trama retro-espacial sobre el hallazgo de vida en Marte y su traducción a unos términos inteligibles por nuestro concepto de “vida”. Dynevor Road de Luis Manuel Ruiz es un oscurísimo misterio victoriano sobre unos estudiantes de patología enloquecidos que violan hubrísticamente los secretos de la memoria. Flux de Fernando Royuela combina historia alternativa, juegos inventados, alucinantes steamers que sobrevuelan el Guadalquivir y una trama de western sobre un fullero enfrentado a un autómata. That Way Madness Lies de José Carlos Somoza juega maravillosamente con las fotografías de hadas, Lewis Carroll, Arthur Machen y una máquina fotográfica llamada Goliath que puede retratar fenómenos sobrenaturales. Como es obvio, el libro no tiene la ambición historicista de Prospectivas, pero a cambio es un libro más accesible, a ratos bastante perverso y que a base de no reprimir para nada el espíritu lúdico consigue una solidez tremenda.
Los de Muñoz Rengel, de Candeira o del mismo Félix J. Palma son casos bastante citados de “tercera vía” de las letras españolas. No forman parte del fándom, más que de forma tangencial. Los tres vienen de la narrativa llamada “seria”, la de no-género, la que se reseña en los suplementos literarios. Y sin embargo, los tres se adentran en el terreno de la fantasía y la ciencia ficción y se valen de sus recursos. Hay varios nombres para esta modalidad de violación de categorías, aunque el que se ha popularizado en el mundo de las convenciones y los artículos especializados es slipstream, un término bastante antipático (al menos para mí) que Wikipedia define como aquella “narrativa fantástica o no realista que cruza las fronteras de género convencionales entre narrativa literaria mainstream y ciencia ficción o fantasía”. Los relatos de los tres autores citados para las antologías de Salto de Página son perfectamente representativos de este concepto. El extraño de Candeira cuenta la historia de un padre de familia que se convierte en monstruo peludo para trazar una alegoría bastante diáfana sobre la rutina y la familiaridad. La Brigada Diógenes de Muñoz Rengel imagina un escenario totalitario donde una agencia de inteligencia combate una supuesta plaga de ancianos con síndrome de Diógenes, con el propósito de reflexionar entre el enfrentamiento que mantiene el poder con la memoria, la privacidad y la irreductibilidad. Venco a la marinera de Palma emplea un pequeño cambio en el orden natural de las cosas para reflejar la incapacidad de la conciencia para subsistir cuando le sustraen la familiaridad.
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Esa tercera vía a caballo entre el género y el no-género cuenta, por supuesto, con una ilustre tradición en la literatura española. Para mí, de los nacidos después de la guerra, quien representó siempre la culminación de esa vía es Cristina Fernández Cubas (1945), mucho más leída y admirada en el mundo de la literatura “seria” que por los lectores de género, una escritora atrevida y delicada al mismo tiempo, capaz de combinar con sabiduría referentes como el expresionismo, los hermanos Grimm o la mirada alucinada a la infancia; en resumen, nuestra versión de una Angela Carter, nuestro primer slipstream de pesadilla infantil. También son de sobra conocidos los casos de José María Merino (1941), fascinado por el folclore fantástico, Pilar Pedraza (1951), que siempre ha matizado su goticismo de atmósfera decimonónica con (sutiles) elementos psicoanalíticos, sadianos y hasta postfeministas. O la misma Elia Barceló (1957), que aunque se convirtió con El mundo de Yarek en la escritora de ciencia ficción española más importante de todos los tiempos, ha cultivado otros géneros y, por supuesto, obras de no-género, como por ejemplo Disfraces terribles. En 1999 Andrés Ibáñez dejó bastante pasmada a la crítica con El mundo en la era de Varick, obra de ciencia ficción mestiza y filosófica que no estaba demasiado lejos de lo que una década más tarde haría en Inglaterra David Mitchell, por ejemplo. He mencionado ya los casos de Félix J. Palma y José Carlos Somoza. Somoza empezó en los 90 construyendo artefactos metaliterarios con tramas detectivescas, pero enseguida derivó hacia una modalidad de thriller a caballo entre el terror, el policial y la ci-fi, donde esta última parece ir ganando cada vez más peso. Palma empezó como autor de cuentos cortazarianos, pero con El mapa del cielo y El mapa del tiempo se pasó con entusiasmo al retrofuturismo victoriano. En catalán, Miquel de Palol ya llevaba practicando desde finales de los 80 la ciencia ficción experimental y filosófica, con resultados espectaculares, aunque cada vez más exigentes para el lector. Con La piel fría (2002) y Pandora en el Congo (2005), Albert Sánchez Piñol reventó el mercado catalán con su lovecraftianismo de resonancias antropológicas, y le seguiría el escritor de thrillers Marc Pastor, cuyas novelas El año de la plaga y Bioko son homenajes a la ciencia ficción clásica con un twist de alegoría macabra. Esta claro que esta genealogía que acabo de trazar no es exhaustiva ni mucho menos2.
Hay, sin embargo, o ha habido tradicionalmente, cierta incomodidad en relación con esta tercera vía, que tal vez tenga que ver con la indiferencia mutua que se tienen el fándom y la escena literaria “seria”. Interrogado sobre esta cuestión, Pablo Mazo, el editor de Salto de Página, habla de “la brecha entre el fándom y el mainstream en este país, donde unos pasan de Borges y los otros de Ballard”. Y admite que “una buena parte del catálogo de Salto intenta deliberadamente rellenar esa brecha, y quiero pensar que con más dignidad que porquería. Porque la hay a paletadas, es que te metes en sellos especializados en ciencia ficción y terror españoles y es como un viaje infernal al fándom de los 80. Desde la misma estética, mismas ilustraciones de los magos del aerógrafo de la época, misma maquetación cutre de fanzine fotocopiado… Incluso para quienes lo hacían mejor, como Alejo con Gigamesh, no parecía posible salir del gueto hasta un pelotazo como el de Martin. Que molará, pero son dragones y espadas, no es slipstream precisamente. Vaya, que la disolución de las barreras entre géneros populares y alta cultura, propia de la posmodernidad, etc., es un proceso del que el fándom español ha estado a salvo, de una forma que me fascina”.
En una línea parecida se expresa Marian Womack:
Estoy completamente de acuerdo con Pablo Mazo en que Salto de Página, y solo ellos (si me apuras, ¿Menoscuarto…?) han dado con la clave de cómo vender, empaquetar, y posicionar una literatura especialísima. En fin, la lista de Salto es de sobra conocida, con Rengel, Jon Bilbao… Incluso, aunque esto sí sea más “género” aunque algo más destilado, Ismael Biurrun. Está claro que ellos están apostando por hacer esto que quería hacer Luis, y que a ellos sí que les ha salido bien. Cuando digo que Luis archivó el proyecto, no me refiero solo a la antología Steampunk, sino a toda la colección “literaria”.
Coincido con Pablo del todo: no existe un espacio unificador, aquí se trata de o una cosa u otra. Luego es rarísimo que gente como los responsables de Terra Nova (que admiro: ¡han hecho un libro que parece bien majo!) unan fándom español (bueno, un pelín…) con Ted Chiang (literatura “de verdad” [qué poco me gusta usar estas expresiones… por eso lo entrecomillo]). Pero, retomando Luis como ejemplo, él es el editor español de Chiang, ¡y Chiang sí que le funciona! Como no cree que le funcionaría una novela de Fernando Marías fantástica o de speculative fiction. ¿Por qué? Porque Chiang es extranjero, así de básico es todo por aquí… Como es americano, esto es buenísimo, pero lo aceptamos en el “bosom del fandom…”. Pero, ¿qué ocurre cuando Rosa Montero publica una novela de sci-fi? Aquí eso nos parece raro, no sé. No podemos tener una carrera tan variada como Jennifer Egan, por ejemplo. Es rarísimo. Cómo nos gustan las etiquetas… (y que conste que no “defiendo” a Montero: no he leído su novela, lo admito, solo sé que existe). Es que sin ellas no entendemos el mundo, o eso parece, ¿cómo va a haber un espacio “híbrido” aquí? Cuando explico aquí de qué va la novela en la que trabajo ahora, tengo que definirla como “realista”, pero con mundos paralelos… ¿te imaginas las caras que me pone la gente?
¿Cómo hay que valorar entonces la emergencia de la editorial Salto de Página? ¿Como un caso aislado en el panorama, propiciado por la sagacidad de su editor? ¿O bien como síntoma de que algo está cambiando? Ciertamente, en el catálogo de Salto se hace realidad el dictum posmoderno del que habla su editor: género y no-género están completamente revueltos en su sello púrpura, o mejor dicho, no existen como categorías. Los policiales de Salem y Urra, la ensalada de géneros de los latinoamericanos Eduardo del Llano, BEF y Haghenbeck, los cuentos fantásticos de Gómez Bárcena y Muñoz Rengel, el terror post-fándom de Bueso y Biurrun o la ci-fi apocalíptica beckettiana de Rafael Pinedo. El hecho de que sus autores se hayan llevado los tres últimos premios Celsius en la Semana Negra de Gijón también me parece bastante elocuente, porque el premio nació absolutamente en el seno del fándom. Hasta han agarrado algunos Nocte y un par de Ignotus, galardones necesarios y muy saludables, pero que en general suelen dar pocas sorpresas y repetir bastantes nombres. En líneas generales, sin embargo, uno podría simplemente considerar el caso de Salto de Página como un acontecimiento aislado si no fuera por la aparición de otra editorial, increíblemente distinta, tres o cuatro años más tarde.
En 2010, la muy extraña pareja compuesta por los artistas multidisciplinares Cisco Bellabestia (Francisco Javier Martínez) y Sara Herculano apareció en el mapa de la edición indie procedente nada menos que de Badajoz. Aristas Martínez, que es como llamaron a su editorial, tenía su origen en un fanzine que hacían sus fundadores, y pronto empezó a desarrollar una desconcertante actividad que, creo yo, solamente se empieza a entender dos o tres años más tarde. Distintos rasgos hacen que Aristas Martínez no se parezca a ninguna otra editorial española: para empezar, el aspecto de sus libros, hermosos artilugios a medio camino entre el fanzine, el libro de artista y el bolsilibro, terriblemente coleccionables, publicados en ediciones limitadísimas, a veces solamente de 100 o 300 copias y hasta hace poco bastante inencontrables (antes de tener distribuidora, Cisco y Sara llevaban sus libros por la geografía española en coche y dentro de maletas). Por poner más ejemplos de la estética de Aristas: tienen una colección de plaquettes llamada Plaquetrash (!), que viene a ser básicamente lo que su nombre indica. En 2012 publicaron un espectacular objeto llamado Black Pulp Box consistente en una caja llena de libros, cómics y bolsilibros con más de un centenar de autores representados; como suele pasar con Aristas Martínez, yo no pude conseguir un ejemplar y tampoco la encontré luego en ninguna parte, con lo cual tuve que pedirla prestada para leerla. Excentricidades aparte, lo que distingue los libros de Aristas del resto es, en mi opinión, el contenido en sí de los libros. ¿Cómo definir la línea editorial de Aristas? Se trata de libros extraños, eso está claro. Extraños híbridos de poesía y prosa, ciencia ficción y pulp, cautivadores en algunos casos y desconcertantes en el caso de los más experimentales. Cisco Bellabestia explica que su editorial se ha nutrido en gran medida de una generación de autores que “usan elementos de la literatura de género, especialmente la ciencia ficción, con naturalidad. Al montar nuestra editorial hace tres años, tras otros tantos publicando fanzines, quisimos, de la misma manera que en escritores mainstream hallábamos ciencia ficción, buscar literatura en escritores de género. En ese momento nos topamos con el fándom: varios grupúsculos diseminados en blogs y foros autocomplacientes que justificaban y compartían felizmente su soledad e incomprensión. Estuvimos varios meses investigando entre frikis y malditos, leyendo lo que publicaban, comentaban y recomendaban. Luego entramos en contacto con alguno de ellos y la confraternidad se diluyó. Ni les gustaba donde estaban ni lo que hacían los demás”. De hecho, durante sus primeros dos años, el autor estrella de Aristas Martínez era Fco. Javier Pérez, escritor autoexiliado del fándom que en 2010 publicó Hierático, una de las mejores novelas de ciencia ficción española que he leído y que fue completamente ninguneada por la crítica y los premios especializados. En Aristas, Pérez ha publicado una trilogía de novelas experimentales que tratan temas como la enfermedad, el postcapitalismo y la demonología.
Aristas
¿Podría usarse el término “extraño” como categoría crítica? En realidad, ya se ha usado. En su ya clásico prólogo a la irregular pero interesante antología The New Weird, (2008), Jeff y Ann Vandermeer trataron de definir el género que se estaba empezando a denominar new weird, “nuevo extraño”, y que básicamente abarca manifestaciones literarias de vanguardia que parten del terror y la ciencia ficción pero subvierten los estereotipos de estos géneros y desmontan las barreras entre fantasía, ciencia ficción y terror sobrenatural. Se trataría, por tanto, de una modalidad del slipstream o tercera vía, con el componente vanguardista antes citado. También se ha postulado el new weird como una especie de tercera ola, después de la weird fiction de principios del siglo XX (la de Lovecraft, Machen, Lord Dunsany y compañía) y de la nueva ola de la ciencia ficción de los años 60. En realidad, el new weird como categoría crítica no arraigó demasiado, y en la actualidad se asocia principalmente con la narrativa de China Miéville.
La siguiente pregunta es: ¿se podría robar el término “nuevo extraño” y aplicarlo a una serie de manifestaciones literarias de autores españoles? Hace tres años, yo habría dicho sin duda que no. Por las razones antes citadas: yo disfruto como el que más de todos los autores que he descrito más arriba, desde Mi hermana Elba de Cristina Fernández Cubas hasta De mecánica y alquimia de Muñoz Rengel, y está claro que no solamente son todos buenos escritores, sino que han hecho muchísimo por demoler el tradicional prejuicio que tenía la cultura española hacia los géneros de la fantasía, la ci-fi y el terror. Han mezclado género y no-género y han creado un slipstream español digno y propio. Sin embargo, todos ellos pertenecen, en mi opinión, a una tradición clara: la de 1900 a 2000, por decirlo de algún modo. La que tiene sus raíces en la literatura gótica y la anticipación victoriana, pasa por Lovecraft y por el terror-en-lo-cotidiano de Stephen King, el terror y la ci-fi conspiranoica de los 50, Borges y Calvino, Dick, Ballard y la nueva ola de los años 60, el cyberpunk y el slipstream de los 80 y los 90. Una tradición perfectamente válida y que sigue dando obras nuevas, excitantes y complejas. Y sin embargo, después de la aparición de las editoriales Salto de Página y Aristas Martínez, yo veo la emergencia de una nueva generación de autores españoles que escriben distinto, aunque la diferencia pueda parecer sutil, y que podrían merecer el apelativo de “nuevos extraños españoles”, aunque para ello haría falta redefinir el término y adaptarlo a nuestra realidad, que es distinta a la anglosajona. ¿En qué sentido hablo de escritores “distintos”? De entrada, he aislado cinco características diferenciales.
Los “nuevos extraños españoles” subvierten con sus obras la distinción entre género y no género pero también las barreras entre los géneros de fantasía, terror y ciencia ficción. Están perfectamente familiarizados con los géneros y usan sus recursos, pero las convenciones de los géneros a menudo se les quedan pequeñas. La presencia de la ciencia ficción, sin embargo, parece ser una constante.
Ninguno de ellos siente la necesidad de justificar los elementos de ciencia ficción de sus libros, ni de dignificarlos con una pátina de “seriedad”, intención metafórica o alta cultura. Para ellos no es nada que haga falta justificar. Muchos de ellos vienen del fándom y publicaron ahí sus primeras obras. Entre sus principales influencias y pasiones tienen el pulp.
Los “nuevos extraños españoles” tienen una gran influencia del cómic, y eso hace que a menudo sus obras estén ilustradas. Curiosamente, este rasgo hace que muchos de sus libros resulten bastante incompatibles con el libro digital.
Los “nuevos extraños españoles” son autores en mayor o menor medida experimentales. Sus obras no son para nada tradicionales y a menudo resultan chocantes. Su experimentación, sin embargo, está completamente alejada de la teoría literaria, de los estudios posmodernos y del mundo académico, por oposición a la de la llamada generación afterpop.
Los “nuevos extraños” no tienen rasgos de generación (y están muy lejos del grueso de su generación), pero se puede decir que casi todos han nacido después de 1975.
¿Cuáles son los libros y los autores del fenómeno “nuevo extraño”? Curiosamente, en mi opinión su libro más representativo sería Asesino cósmico (Mondadori, 2011) de Robert Juan-Cantavella, aunque el resto de la obra de este autor no tiene nada que ver con las coordenadas del “nuevo extraño”. Con su maravilloso mapa de la isla Meteca, cortesía de Riot Über Alles, y su tie-in con la obra de Curtis Garland, que es de hecho el autor del capítulo IX, Asesino cósmico es un intento fabuloso de crear una obra que abarque todos los géneros del bolsilibro en feliz y caótica colisión: terror, ci-fi, fantasía y lo que haga falta. Un verdadero carrusel coral con cientos de personajes, máquinas inventadas, asesinos cósmicos, monstruos legendarios y vampiros, ambientada en 2035 en una isla vagamente postapocalíptica, que narra los acontecimientos que durante dos o tres días llevan a la hecatombe de Ciudad Nueva, interrumpida por múltiples relatos secundarios, flashbacks, historias paralelas y relatos independientes.
Es absolutamente neo-extraña Laura Fernández, esta sí, en todas sus obras. Ya he escrito antes sobre Laura y no me importa parafrasearme. Increíblemente prolífica, inició su andadura con Bienvenidos a Welcome (Elipsis, 2008), una loquísima “sit-com galáctica” rebosante de intrigas mediáticas, objetos celestes que se estrellan en centros comerciales y canciones que provocan suicidios en masa, concebida como homenaje a Duluth de Gore Vidal pero más parecida a Douglas Adams intoxicado de anfetaminas y de millones de horas de tebeos y frikismo diverso. Su segunda novela, construida a base de una sopa de referentes que van de las sitcoms y las comedias románticas hasta los tebeos y el imaginario de los superhéroes de los 80, es Wendolin Kramer (Seix Barral, 2011). Wendolin Kramer narra las andanzas de su heroína homónima, una freak de 30 años y detective amateur que debe averiguar el paradero de un negro literario que escribe novelas románticas, para lo cual cuenta con la ayuda de Marvin, un vendedor friki de cómics. Wendolin y Marvin se convierten en sus imaginaciones en la Super-Chica y Spiderman y se ven involucrados en una trama imposiblemente truculenta antes de llegar a su happy-ending. En 2013 Laura Fernández no solamente vuelve con La chica zombie (Seix Barral), sino que además publica El show de Grossman (Aristas Martínez), una nouvelle galáctica sobre Matson, un chico terreckiano (es decir, medio terrícola, medio rethrickiano), que viaja a la Tierra de incógnito junto con unos amigos de su instituto para encontrar a su madre, una camarera terrícola que sedujo a su padre alienígena y lo dejó embarazado, puesto que en el planeta Rethrick son los hombres quienes gestan a los bebés. El reencuentro entre Matson y su madre, ante las cámaras del show de Grossman, un exitoso programa de TV rethrickiano, es uno de los momentos más inolvidables de la obra de esta fabulosa y demente narradora. Su fichaje por Aristas Martínez parece cerrar uno de los primeros círculos de la escena neo-extraña. Laura también ha sido una de las principales valedoras de la mayoría de autores neo-extraños desde las páginas del suplemento Tendències de El Mundo de Catalunya.
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Es neo-extraño hasta la médula Colectivo Juan de Madre, seudónimo del excéntrico escritor barcelonés Daniel Miñano. Colectivo Juan de Madre se dio a conocer con El libro de los vivos (Sloper, 2011), un maravilloso artefacto que parte de la premisa del hallazgo de siete manuscritos originarios de un hospital para locos fundado en Fez en el siglo XIII. Juan de Madre se presenta como cotraductor de los siete manuscritos, que en realidad son siete relatos fabulosos, autobiografías de locos con rasgos retrofuturistas, viajes temporales y gólems foucaltianos. Sin embargo, su primer libro no permitía imaginar la maravilla que es La insólita reunión de los nueve Ricardo Zacarías (Aristas Martínez, 2012). Con su segunda novela, Colectivo se plantea como verdadera estrella del “nuevo extraño”. La historia de un huraño físico con un oscuro trauma interior que en 1905 inventa una máquina para viajar en el tiempo y efectúa nueve saltos temporales a medida que se adentra en una salvaje historia de crímenes y locura, es una novela que desafía la sinopsis, y además prefiero no desvelar nada. Solamente diré que el uso de las paradojas y entresijos de los viajes temporales está resuelto con originalidad pasmosa, que el libro es trepidante, tenebroso y extraño, y que en el endiablado aparato de notas del mismo se dan cita desde Blake y Duchamp hasta Alan Moore, la alquimia y Gaston Lerroux.
Si el fenómeno “nuevo extraño” tiene un cuentista, ese es Matías Candeira. Antes de las jirafas (Páginas de Espuma, 2011) era un extraño contenedor de distintas referencias de género, con la característica, central en la obra de Candeira, de que todas se ponían al servicio de una oscura caracterización de la vida en pareja y en familia. El extraño, que ya se ha descrito, usa el recurso de la transformación en demonio. Manhattan Pulp es un relato memorial sobre la soledad escrito por Otto Octavius, el Dr. Octopus de los cómics de Marvel. La dimensión del ojo y Nuestro futuro son relatos de viajes en el tiempo. ¿Qué tal, cariño? parodia el mito de King-Kong. Otros relatos aluden a familias asesinas o fracturas de la realidad. Su nuevo libro, Todo irá bien (Salto de Páginas, 2013) es una colección de relatos macabros, con una visión igualmente ecléctica a la hora de armar un registro gótico contemporáneo y también centrada en el mundo familiar y sus demonios. Gólgota, el que abre la colección, es un fabuloso relato sobre una familia adicta a la sangre de resonancias vampíricas. Destrucción, sobre una tormenta sobrenatural que causa catástrofes naturales y extraños casos de locura, y Purgatorio, ambientada en un futuro donde las piscinas de agua han sido reemplazadas por una modalidad nueva y mucho más peligrosa, cierran la trilogía de relatos “mayores” de este estupendo libro.
También he escrito en otros lugares de Fco. Javier Pérez, rara avis dentro de cualquier escena y probablemente el autor más complejo de todos los que se pueden catalogar de neo-extraños. A Pérez lo descubrí con su nouvelle Hierático (AJEC, 2010), que me sigue pareciendo su mejor obra, un homenaje al hardboiled ambientado en una Barcelona anegada por la subida del nivel del mar que ha causado la fusión de los polos terráqueos, y convertida un inmenso cenagal anárquico donde un detective decadente busca un artefacto neurolingüístico extraterrestre que puede ser la última esperanza de la humanidad. Pronto el discurso mismo y la ciudad se escinden en dos metacontextos distintos, inaugurando una constante de ambigüedad entre lo material y lo lingüístico que también está presente en sus obras posteriores. Su trilogía para Aristas Martínez es menos clasificable en la ciencia ficción post-pulp, y ocupa más bien una posición inestable entre la ci-fi, la alegoría, el terror, el surrealismo y la sombra de Burroughs. Según su autor, las tres novelas comparten el hecho de que “la acción transcurre en un no-espacio que tanto podría ser un futuro probable o una dimensión alternativa, como una realidad subliminal o subconsciente; contrapuesto este a un espacio que nos es mucho más cercano y consensual”. Cinco canciones de cuna (Aristas Martínez, 2011) es una historia de transmigración ambientada en un continuum con forma de hospital cercado por una tormenta química letal llamada el Viento Negro. La segunda entrega, Orígenes del lodo (Aristas Martínez, 2012), está ambientada en un mundo distópico y narra el despertar de la conciencia de Ruina Stereo, miembro de una casta de operarios hermafroditas que trabajan en la Fábrica de Lodo, nutrida por unos seres de barro antropomorfos y parecidos a gólems que se llaman Pecinas. En conjunto el suyo es un proyecto formidable, cuya ambición y exigencia intelectual ha impedido de momento que el autor tenga la consideración crítica que se merece.
¿Agota esto la nómina de los “nuevos extraños”? Probablemente no. Está, por ejemplo, el blog del colectivo de narradores Psiquemáquinas, que no es realmente un blog, sino una especie de antología de relatos en progreso, casi todos exponentes de la vertiente más “experimental” y cercana al microrrelato del fenómeno “nuevo extraño”. El blog contiene relatos de Colectivo Juan de Madre, del muy “neo-extraño” escritor y músico cordobés Luis Gámez y de otros como Fco. Javier Pérez y Cisco Bellabestia. Se puede señalar también mucho de neo-extraño en el pintor y escritor Riot Über Alles, autor de un par de libros en Aristas Martínez y del blog Riot es disturbio, donde también se pueden leer sus relatos. Es completamente neo-extraña, obviamente, la Black Pulp Box de Aristas Martínez, probablemente lo más neo-extraño que se pueda imaginar, con su colisión frontal de neo-pulp, post-pulp y cómic. También lo es el número titulado Near Future (2011) de la revista Caldo de Cultivo, coordinado por Javier Iglesias Plaza, donde encontramos relatos de Robert Juan-Cantavella, Riot Über Alles, Fco. Javier Pérez, Daniel Mares, Sofia Rhei o Mario Cuenca Sandoval. Otro rasgo del “nuevo extraño” que puede parecer una simple curiosidad, pero tal vez sea algo más, es la afinidad del género con la música experimental. Sara Herculano de Aristas Martínez se dedica a la experimentación sonora y tiene un disco titulado shhhhh. Luis Gámez hace ruidismo digital con el sobrenombre Blitz-Kerner y es autor de un estupendo tratado sobre este género titulado El arte del ruido (Alpha Decay, 2012). También se dedica a los collages sonoros, con el nombre artístico Derriere, Carlos G. De Marcos, librero y activista cultural bilbaíno con muchas conexiones con la escena neo-extraña.
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Cabe preguntarse por la utilidad de una categoría crítica como “Nueva Narrativa Extraña Española” en un panorama saturado de categorías semejantes, algunas de las cuales resultan tan espurias y pasajeras que se olvidan antes de propagarse. La categoría de la N. N. E. E. —quiero dejarlo bien claro— únicamente existe en mi mente y en la estantería de mi biblioteca personal. No tengo intención alguna de exportarla fuera de estos dos ámbitos ni tampoco de popularizarla. Su intención, que se agota en el presente artículo, es rendir un homenaje a los autores mencionados y difundir sus nombres entre quienes todavía no los conozcan. Armados cada uno con su estrategia literaria personal, les atribuyo, eso sí, el inmenso placer de haber generado un foco de atracción y excitación intensas en mi conciencia lectora de los dos o tres últimos años. Si este artículo puede contagiar esa excitación a un puñado de lectores, entonces habrá tenido un éxito mayúsculo.